El señor Giovannino Pinzimonio observa la paseata y rememora a la Mennulara

Hubiera deseado hablar, empezar el día y la paseata de una manera diferente.

La polvareda plateada de un chubasco ralo los acompañaba en su paseata marcial.

Y el temor de hacer demasiado corta la paseata había conseguido que se excedieran.

Más en una hora que él en los nueve días que duraba la paseata.

Afirmaba haberse mostrado amable con Lequesne, pero que su paseata había sido estrictamente amistosa.

Mal que me pese y casi a tirones, me obliga a proseguir juntos la paseata.

No habían topado con ninguna persona en su paseata.

Le despertó la cháchara de las personas que deambulaban por la plaza: había empezado la paseata.

Y, con el diálogo, también se interrumpió la grata -paralas entumecidas piernas de ambos-paseata.

Nos miró de hito en hito, inclinose un poco, prosiguió la paseata sin despegar los labios.

Abrió bien los ojos, se colocó mejor en la silla y volvió a observar la paseata.

Cuando se disponían a pagar y a seguir la paseata, entró la Gala, la estupenda del hotel.

Éste, el hombre es muy fino, raro era el día que no se daba una paseata por aquí.

Concluida la paseata de los novios, España siguió su proceso renovador, pero metida paralelamente en otro proceso: el dinástico.

Y una paseata, ya anochecido, bien abrigados contra el relente húmedo del Trastevere, todo él de color rosa oxidado.