En la lejana distancia, una manada de caballos abrevaba en un lavajo.
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Ahora apenas quedaban un par de lavajos que reflejaban la luminosidad intermitente.
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Los visitantes caminaban dificultosamente entre los lavajos, asediados por un enjambre de arrapiezos.
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Encaramados en una pila de escombros, contemplamos los lavajos y barrizales.
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La acera estaba encharcada y había que ir sorteando los lavajos para no mojarse.
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Evitando con cuidado los lavajos del camino, torció a la derecha, en dirección a la explanada.
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No temía las torturas de la sed, porque los recientes aguaceros habían dejado lavajos en todas partes.
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Tenía pelo entrecano y unos ojos de azul turbio, como el agua de los lavajos bajo un aguacero.
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Turbulenta lentamente se fue empantanando el cielo y las nubes lacticíneas, tantas que los huecos eran como lavajos rútilos.
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Además, debían sentirse cómodos en un ambiente húmedo, donde abundaban lavajos y arroyos, y ellos necesitaban ingentes cantidades de agua cuando se desplazaban.