Hubieran querido hacerme tomar ese plátano con sus placas de peladera, esa encina medio podrida, por fuerzas jóvenes y ásperas que brotaban hacia el cielo.
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De joven ya había andado probando suerte por esas "peladeras del diantre", como las llamaba entonces.
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Sin embargo, a Cristo Pérez y a Jerónima Monroe, contemplar esas peladeras infinitas no les provocaba sino angustia.
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Y en estas peladeras.
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Y abrazados desnudos en esas peladeras astrales, los enamorados sienten la sensación primigenia de estar a punto de ser echados del paraíso.