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Abusada, mana: ya le mojó el barbón a la soldadera ésa.
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Después de todo, ella estaba a su cargo, era su soldadera.
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La soldadera le alcanzó a dar una clave para identificarlo.
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El de convertirla en su soldadera, una condición indigna de una mujer de su clase.
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En el portalito, la soldadera roncaba, soñando en el rebozo de seda tantas veces prometido.
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Sin ellas, soldaderas, cucarachas, adelitas, vivanderas, galletas, juanas, pelonas, guachas, esa revolución no hubiera existido.
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En tanto, afuera de Palacio Nacional, un grupo de las llamadas adelitas le cantaron las mañanitas.
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Como si él no fuera en realidad el único fotógrafo de su generación que no hubiera tomado placas de generales, adelitas, presidentes o masacres.
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Después pasean largo por Adelitas y Madera Beach.
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Pero aquí, dicen cuando han estacionado de noche por la calle Adelitas y el restaurante español, es más sencillo.
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De hecho es por ella que a todas las mujeres con participación destacable durante este periodo, se les empezó a llamar Adelitas.