Su camiseta de peregrino estaba manchada y con el cuello deshilachado.

Introdujo el dedo índice por el cuello deshilachado de la camisa.

El gendarme la agarró por el cuello deshilachado de la blusa y la sacudió.

Llevaba la camisa sin corbata y con el cuello deshilachado.

Del cuello deshilachado de su chaqueta brotaba una garganta fina, con una nuez protuberante.

Unas líneas azules ascendían desde el cuello deshilachado de su ropa, y se le enroscaban al cuello.

Su sucio jersey tenía el cuello deshilachado.

Vestía un desgastado pantalón de pana y una raída chaqueta gris sobre la camisa de cuello deshilachado y mugriento.

Los tacones gastados de sus zapatos y el cuello deshilachado indicaban, al menos, que era lo bastante pobre para serlo.

Impasible, el corpulento Alvor vestía un arrugado traje oscuro, camisa blanca con el cuello deshilachado y corbata angosta a rayas.

Le vi el cuello deshilachado y las bastas puntadas con las que él lo había arreglado, que ahora empezaban a descoserse.

Aún vestía los restos de lo que había sido un uniforme naval, con la insignia de su rango pendiendo orgullosamente del cuello deshilachado.

Gotas de sudor pegajoso comenzaron a caerle desde la frente, a resbalar por las mejillas y humedecer el cuello deshilachado de la camisa.

Se había puesto un jersey que tenía parte del cuello deshilachado; se me ocurrió que teníamos en común la afición por la ropa vieja.

Las púas del peine le habían dejado profundos surcos que le bajaban por la coronilla y desaparecían bajo el cuello deshilachado de su camisa.

Me pareció envejecido, atrozmente cansado: llevaba las uñas sucias y los puños y el cuello deshilachados y arrugados.