1El papa, en cambio, no tenía ningún motivo para alborozarse.
2Con lo que los ánimos empezaron a alborozarse, y más aún cuando pidió ser recibido por la Reina.
3Cabalgo entre ellas y no tardo en alborozarse al ver los enormes mojones, que eran como hitos indicadores de la meta.
4Cuando la conversación se desanimaba, hacía reír; al que la urdía por lo fino, lo engatusaba; al bisoño podía hacerlo llorar o alborozarse.
5El rey, incrédulo pero esperanzado, vio respuesta a sus plegarias y en aquel pastor el cielo abierto, pero no quiso alborozarse antes de tiempo.
6En cierto momento del discurso, la gente empezó a alborozarse, a cantar, a bailar, a dar vueltas sobre sí mismos, a abrazarse y a besarse.
7¿Había que alborozarse por la titánida salvada o llorar por la perdida?
8-Esinfortunado alborozarse por los muertos, anciana, por infame que haya sido su conducta.