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La derecha, caída a lo largo del costado, empuñaba una navaja barbera.
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Esta vez lo que llevaba en la mano era una navaja barbera.
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Y cuando esgrimí mi navaja barbera, llegué al colmo de la felicidad.
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Vio brillar también sobre su cabeza la navaja barbera que empuñaba Bob.
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Una sorpresa en forma de navaja barbera de cachas de nácar.
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Incluso con las gotas de bruma, hacía demasiado calor para llevar barbote.
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El sencillo barbote había rodado a un paso de la cabeza.
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Un surtidor de sangre atravesó el barbote que cubría la boca del moribundo.
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Bajo la curva delantera del barbote, Temple frunció el ceño.
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Llevaba el casco puesto, el barbote trabado en su sitio.
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El IV señor de San Martín demandó que le pasaran la barbuta.
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La escasa visibilidad que le permitía la barbuta bastó para reconocerlo.
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Vero hace rechinar los dientes detrás de la sólida visera de la barbuta.
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A Lope García se le escurrió una sonrisa bajo la barbuta.
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En el segundo panel, el guerrero, cubierto con una barbuta, bajaba la cabeza.
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Limpió con cuidado la tierra que rodeaba la babera y apareció otra pieza.
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Con el brazo sano se quitó el morrión y la babera.
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La mujer le murmuró al forro de terciopelo de la babera:
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Arthur se arrodilló junto a Harp y le mostró la babera y el brazalete.
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Los rostros, entre el ventalle y la babera, ya no se distinguían tan bien.
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Parecía la babera de un yelmo, tal vez anglosajón.
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Se levantó la babera y la trabó en su sitio para protegerse la boca y la barbilla.
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Sus manos se cerraron sobre la babera del casco para intentar aferrar el cuello del guerrero negro.
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Cabalgaba con la babera levantada.
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Como no tenía babera, le pegó en medio de la mejilla y le hizo saltar cuatro muelas, por donde perdía mucha sangre.
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Aquellos dos se llevan las manos al yelmo emplumado, lo levantan separando la babera de la gola, y lo posan sobre la mesa.
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Sus yelmos eran morriones de cresta alta, con la cara abierta y cintas de seda roja para atar la visera y la babera.
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Tuvo que echar la cabeza hacia atrás para llegar a la correa y la hebilla que le sujetaba la babera a la barbilla.
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Con el brazo rodeaba el yelmo de penacho esmeralda, en forma de ave monstruosa con un puntiagudo pico por babera y ojos alargados por visor.
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Llevaba el yelmo y la babera, el gorjal, el espaldar, los avambrazos, las manoplas, la cota de malla, los quijotes, las grebas y calzado herrado.
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En la última desbarró don Rodrigo y Ozmín rompió la suya en la junta de la babera, dejándole en ella un gran pedazo de astilla.