Seguían con los ojos desorbitados y el belfo colgante.

Pero el gordo Dometios me observaba con el belfo colgante como el de un cabrón, y esperaba impaciente.

El del belfo colgante emite otra risita nerviosa y se limpia la baba con el dorso de la mano.

Miraba a su antagonista con una extraña fijeza, y el belfo colgante acentuaba su expresión de estulticia y de asombro.

Sentí bajo mis yemas los contornos del rostro faunesco, la nariz aguda, los ojos, el belfo colgante, las puntas de la cornamenta retorcida.

Más que las palabras, era la mirada buida y el belfo colgante, con la colilla pegada, lo que hacía ambigua y desagradable la galantería.

De su belfo colgante, signo atávico de bondad, se escurría un poco de saliva sin espuma, denotando un embrutecimiento honesto y una virtud de perra.

Su horrendo hocico de asno, sus ojos de basilisco, su boca de belfos colgantes.

Sus ojos oscuros y sus belfos colgantes le daban el aspecto de un perro poco fiable.