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El amarillo chillón de su Hummer llamaba la atención, no había duda.
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Es ruidoso, chillón y continuamente trata de flirtear con todas las mujeres.
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Había pensado en ponerse zapatos rojos, pero el resultado sería demasiado chillón.
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Sin embargo, fue un Wilton Backhouse más chillón el que la saludó.
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Él lo abrió, tironeando del chillón envoltorio con sus coloridos motivos africanos.
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El rugiente clamor del khamsin había cedido paso a un profundo silencio.
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Vio cómo una muralla de poder rugiente y perfecto brotaba del mar.
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Tronando, en torbellino rugiente y sin obstáculos, el mar penetraba en Holanda.
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Pagó la cuenta y enfiló el rugiente DB9 en dirección al hospital.
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Una rugiente ola se lanzó en dirección a los soldados de Mosé.
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En medio de la multitud vociferante, para su sorpresa, había sentido vergüenza.
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La población de Londres era la más vociferante y la más rebelde.
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Un grupo de jóvenes novadores que rodeaban al vociferante joven aplaudieron calurosamente.
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Una multitud nerviosa y vociferante había llenado un extremo de la cámara.
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Las cámaras de televisión lograron un primer plano de la mujer vociferante.
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Aparece minúscula, perdida en el océano bramador, con los tres hombres dentro.
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Ella supuso que el bramador era el líder del grupo.
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Los cuervos que no cesaban de bramar su bramido bramador.
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El viento bramador persistía más que antes, se revolvía furiosamente.
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No pudo más que reírse de su marido bramador.
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La de un búho bramador, por si acaso.
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Y además, ¿dónde está el propio bramador borracho?
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Y ¡qué horrorizado quedó al divisar en el espejo la velluda cabeza de un oso bramador!
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Jamás olvidaría el sonido de un bramador.
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Había detrás de él un infierno hediondo y bramador, y Billy Bentley salía de él y lo perseguía.
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El sonido del bramador se desvaneció gradualmente, dando paso a otro, tan bajo al principio que apenas lo percibió.
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El bramido del ciervo bramador
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Estaba lista para ser utilizada, por lo tanto, podía ponérsela y volar transformada en búho bramador, aullando todo el trayecto.
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A las doce, echaba la Maestranza su bramador silbato y diez o quince minutos después se apeaba Ángel de una calandria.
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Quien llegaba a Cañar caía en un hoyo roqueño sin más salida que la muy peligrosa ofrecida por el río bramador.
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Solo recuerdo un aire bramador salpicado de gotas de espuma, fuertes y saladas, y la presencia de alguien junto a mí.