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Son tonos de dulzaina que ya no encuentran oído que los escuche.
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Alguien hizo sonar una dulzaina, y hombres y mujeres empezaron a danzar.
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En la esquina, acuclillado en el umbral, un muchacho tocaba una dulzaina.
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Luego la dulzaina del viejo calló y la noche extendió más silencio.
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El señor Stainer admiró la dulzaina y le contaron su historia.
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Mientras los músicos tocaban antiguas canciones con sus tambores y ese oboe tradicional catalán al que llaman gralla, aparecía primero un cuarteto de hombres fornidos.
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Se detuvieron en la portalada de la casa-palacio del marqués de La Gralla.
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El señor Fuchs de Gralla dice que no quiere saber nada de lamentos ni de cháchara.
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Seguidamente lo contó en la tertulia del marqués de La Gralla, donde provocó una pequeña revolución.
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Algunos músicos comenzaron a tocar para el baile con flautas, grallas, trompetas, trombones, tubas y tambores.
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Seyfali había hecho venir a un tambor y un dulzainero, que estaban tocando.
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Entonces llegó a mis oídos la voz de un dulzainero:
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Aquello era un escándalo, una profanación, y los curas de los pueblos sermoneaban al dulzainero:
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Pero antes de que concluyera los mozos ya estaban pidiendo al dulzainero que empezara la fiesta.
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La clave era tan alta que, hasta con el máximo esfuerzo, el dulzainero era incapaz de alcanzar sus elevaciones.
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Tras la bendición, los mayordomos y los jinetes recorren las calles y saltan las espectaculares hogueras, al ritmo de la música de gaitilla.
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La alegre gaitilla impertinente como chillona y loca anunciaba el comenzar del baile; aquella boda trajo al recuerdo otra deseada y no realizada.
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También ordené traer gaitillas de Barcelona, para que tocaran al son de la procesión.
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Unas canciones destinadas a los niños que estarán ambientadas al ritmo de uno de los instrumentos más tradicionales del País Valenciano: la dolçaina.