1A toda prisa me despedí de hermano Othón y de Erio.
2Fue a verlo e intentó explicarle las cosas, pero Erio se negó a escucharlo.
3Arriba, en el patio de la cocina, contemplando el incendio, estaban Erio y Lampusa.
4Cuando "Chiffon Rouge" se preparaba para saltar, Erio vino a socorrerme.
5Apenas habíamos terminado de cambiarnos los trajes cuando Erio llegó con la respuesta del monje.
6De entre los arriates, cubiertos ya de oscuros cadáveres llenos de veneno, levante la mirada hacia Erio.
7Algo que sonaba como Erio o Ontario, no me acuerdo...
8Y cada uno de nosotros se maravillaba ante el celo que Erio desplegaba en mantener el orden entre las bestias.
9Desde aquel día Erio nos avisaba cada noche para cenar golpeando el cacharrito de plata con una cuchara de madera.
10En mi herbario tenía yo una sillita reservada para él, y sentado en ella Erio se pasaba muchas horas viéndome trabajar.
11Nos percatamos de que, cuando no estábamos en la Ermita, sus mensajeros no entregaban las cartas a Lampusa, sino a Erio.
12Su presencia solo consiguió enfurecerlo más y al final fue el detonante de que Erio se condenara para toda la eternidad.
13A él debía agradecer la dicha de tener a Erio, el hijo de mi amor con Silvia, la hija de Lampusa.
14Desde muy temprano podía verse a la vieja trajinando junto al fogón, en el que bullía la sopa matinal del pequeño Erio.
15En un billete le pusimos al corriente de la situación y, sin pérdida de tiempo, enviamos a Erio al convento de la Falcifera.
16Una tarde me asombré al ver cómo el pequeño Erio, que apenas se tenía en pie, arrastraba el cacharrito de leche fuera de la casa.