El mago de greñas grises consiguió asentir con una especie de sacudida.

La luz reveló una esfera amarillenta cubierta de greñas grises.

Sus espaldas redondeadas y rollizas y sus greñas grises echaban humo hacia arriba discretamente.

Por primera vez, Leni vio en su barba greñas grises.

Las greñas grises de su cabello le cubrían el rostro.

Aterrada, sacudió la cabeza con tal violencia, que sus greñas grises volaron en todas direcciones.

Encorvada, con un astroso sombrero sobre sus greñas grises, y murmurando su letanía de imprecaciones.

Medio calvo, largas greñas grises, recogidas en coletas descuidadas, le colgaban de la nuca y los parietales.

Las greñas grises de un peinado deshecho flotaban alrededor de su cara, abultada y cuajada de arrugas.

Las greñas grises le colgaban como mechones de esparto reseco, su rostro parecía tallado en un legendario pedernal.

Pero ahora solo le quedan unas greñas grises en las sienes, resignadas, como una corona funeraria cubierta de nieve.

Algestes de Alejandría era el hombre más sucio del mundo: las greñas grises y aceitosas le llegaban a los hombros.

La mujer de las greñas grises se acercó al lugar donde yo trabajaba y me examinó el cabello y la dentadura.

Ya no tenía el aspecto de un mendigo anciano; sus greñas grises habían desaparecido y tenía el pelo corto y castaño claro.

Sacó un peine de la caja en que guardaba el dinero, se lo pasó por las greñas grises y cogió dos billetes.

Tras ella aparecieron otra cabeza de largas greñas grises y cara enjuta y un par de manos ansiosamente apretadas bajo una barba.