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Claro que no resulta muy difícil ir al quattrocento al leer las recetas de Leonardo da Vinci.
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El dibujo era de estilo decimonónico, no una de las imágenes vividamente coloreadas del quattrocento que había utilizado su padre.
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El Renacimiento, en su verdadero (y completo) sentido, se desarrolló durante el siglo XV en Italia (quattrocento, primitivo Renacimiento).
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La ciencia se está librando de todo hermetismo (cuyos restos sobrevivían aun en el menos hermético de los renacentistas del quattrocento, como Leonardo Da Vinci).
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Después de la peste negra en Florencia vino el Renacimiento, el Quattrocento.
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El papel toscano del Quattrocento era magnífico.
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Su liviandad, esa delicadeza propia del Quattrocento.
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Estamos en el cielo del Quattrocento.
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La combinación del papel del Quattrocento y la acidez de la tinta de aquel período habían hecho el milagro.
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Florencia, capital del arte en el Quattrocento, había perdido a comienzos del principado mediceo mucho de su esplendor anterior.
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El rostro de Jesús es una de las mayores conquistas del Quattrocento (¿quién sabe cómo se veía?
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Aparte del foco florentino, en el norte de Italia también existieron más manifestaciones del Quattrocento, que se vieron reflejadas fundamentalmente en dos obras:
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Varios dibujos de Leonardo, una Madonna del Quattrocento, un Cristo de El Greco, un arlequín de Picasso, un Miró...
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Se nos revela así su tesoro como un ejemplo hasta cierto punto extravagante, pero en absoluto divergente del modelo cultural del Renacimiento italiano del Quattrocento.
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En la breve biografía sobre Leonardo del mercader florentino que vivió entre finales del Quattrocento y principios del Cinquecento Antonio Billi, encontramos el siguiente pasaje:
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A él le oí hablar por primera vez de Giotto, Cimbaue, Duccio, Fra Angélico, Piero della Francesca, los manantiales de los cuales fluyó el Quattrocento.