La tarde azonzaba a las gentes del mesón que andaban por los corredores, como perdidas.
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Pero lo azoncé y todavía, enceguecido por saberme dominante, atiné a sacar el cuchillo del costado y le hice un tajo en la mejilla.
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Los ventiladores azonzaban después de una, dos, tres horas de marcha, y como ventiladores las manos repartían las cartas en vuelta, vuelta, vuelta y vuelta.