Con su chubesqui y su salamandra, aquel piso es mucho más acogedor.
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El calor del chubesqui reconfortaba a las muchachas y las hacía revivir.
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Dentro un chubesqui irradiaba poco calor y hacía el aire denso.
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En el chubesqui crepitaba la leña, como un eco o constatación de sus palabras.
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Don Narciso Caballero recibía a las postulantas en su despacho, caldeado por el chubesqui.
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En la habitación arde un chubesqui, se está bastante caliente.
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Entran en una estancia regular, caldeada por un chubesqui.
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El chubesqui incorporaba un rumor de volcanes en erupción.
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Abrí la portezuela del chubesqui, y las llamas asomaron por un segundo, como zarpas felinas.
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El chubesqui parecía trepidar, como si albergase en su panza de latón todas las llamas del infierno.
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Con un ademán ampuloso la invitó a sentarse al pie del bufete, en una silla peligrosamente cercana al chubesqui-.
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Ruanito y don Narciso se habían refugiado detrás del chubesqui, que seguía poniendo un hervor en el silencio del despacho.
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Don Narciso se encogía de hombros, o arrojaba una paletada de carbón al chubesqui, que llameaba como un infierno enjaulado.
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El chubesqui del despacho irradiaba un calor de fragua, innecesario en aquella época del año (creo que estábamos en primavera).
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Cerró la pluma estilográfica, la dejó suavemente sobre la mesa y se levantó a echar una espuerta de leña a la chubesqui.
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El chubesqui asomaba unas llamas prisioneras, como de infierno en miniatura, que parecían retorcerse, intentando alcanzar toda aquella hojarasca de viejas dramaturgias.