Recuerdo que cuando viniste traías un abrigo acolchado con el cuello subido.

Y encima de todo, un abrigo negro estrecho, con el cuello subido.

Llevaba un impermeable con el cuello subido de una manera un tanto aparatosa.

Sonreía bajo el cuello subido de mi abrigo, al cruzarme caras vagamente conocidas.

Una vez, otra; ahora abrochado, ahora abierto, el cuello subido, el cuello bajado.

Elena escondía el rostro en el cuello subido de la gabardina.

Llevaban el sombrero calado hasta las orejas y el cuello subido.

Vestía una falda de franela gris y un jersey blanco de cuello subido.

Llevaba las manos en los bolsillos del abrigo oscuro y el cuello subido.

Se acordaba de ese cuello subido en Múnich, del sombrero bajo.

Pendergast llevaba el cuello subido, y su postura casi impedía verle la cara.

Llevaba un traje delgado y raído, con el deshilachado cuello subido.

Un suéter blanco de cuello subido aprisionaba su perfecto busto, y calzaba chinelas.

Vestía un modelito azul celeste, sin mangas, con el cuello subido.

Ahora iba camuflado, con un sombrero calado y el cuello subido.

Los transeúntes iban encogidos, el cuello subido, ocultando el rostro del intenso frío.