Fue como si aplastara una bolsa de fuego desleído que se abría.

El sol calentaba de tal modo, que parecía fuego desleído en su cabeza.

Del asfalto subía como un fuego desleído.

Era mediado junio y el calor en la ciudad, a aquella hora media de la tarde, calentaba como fuego desleído.

Eran como fuego desleído.

El goce entraba como si fuera sangre gota a gota, ardiendo, fuego desleído, savia viva de un cuerpo al otro cuerpo.

Y ella quedó inmóvil, como si mil demonios la retuvieran allí, recibiendo aquellos besos que eran fuego desleído en sus labios.

Como fuegos desleídos en su boca.