La madrota, por ejemplo, encabeza algunas marchas que el gremio ha hecho por la ciudad.
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La madrota de la casa no veía con ojos tranquilos los cortejos de los poderosos.
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Le podía zurrar que le dijeras Doña Montse, que si te fijas suena como a madrota.
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Le estrechó la mano a la madrota que regenteaba el burdel, y le dio un coscorrón.
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Afortunadamente la madrota no se ha enterado.
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Gritaba en el corredor la madrota:
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La Caperucita pero sin abuelita madrota.
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Ya te digo que de no hallarme tan en deuda con la madrota...
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La madrota sonaba las llaves.
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Lo que ocurrió entonces pone de manifiesto la autoridad que aún en esa época tenía la madrota sobre sus empleadas.
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Doña Hetara, la madrota del prostíbulo de Durango, administraba los gustos de sus clientes y la fortuna de sus pupilas.
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Le pasaba lo mismo que a otros: me veía joven y tan bonita, que no podía imaginarse que fuera la madrota.
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Se había ido, largado, "retirado", según la púdica expresión de la madrota y magistrada doña Evarista Almonte (alias), La Hetara.
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Actualmente, una madrota que tiene sus dominios solo con las chicas que trabajan en el hotel Tampico, les exige doscientos pesos diarios.
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Su humor fluctuaba entre esas sinceras muestras de generosidad y los perversos arranques de venganza y rencor de futura madrota, que esporádicamente tenía.
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El capitán lo miraba de través, rencoroso, pensando: "Solo querría yo saber dónde duerme este señorito, falso loco, hijo de la gran madrota".