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El peluquero de señoras se sentó triunfante delante de mi mesa de despacho, mascando chicle.
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Como soy un peluquero de señoras que peluquea por lo fino, así suena más aristocrático.
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Se ganaba la vida como peluquero de señoras, ocupación a la que no le daba importancia.
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Yo para estas cosas no valgo: solo soy un peluquero de señoras; y encima sin clientela.
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Llombart, que había trabajado como peluquero de señoras, confeccionó unas pelucas con virutas de la carpintería.
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Lo que sí constituía una extraña inclinación en el marqués era la de ser peluquero de señoras.
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Y le interesaba porque, además de ser moreno y tener el pelo ensortijado, era peluquero de señoras.
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Yo solo soy un peluquero de señoras con un crédito de la Caixa: no se puede ser menos dionisíaco.
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En otro, el peluquero de señoras contratado por Adolfo, tartamudeó...
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Él es peluquero de señoras sin folklores franchutes, de los que llaman al pan pan y al pelo pelo.
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Era peluquero de señoras en Comme Garçons, en la Place Vendôme, y le gustaba hablar de su trabajo de forma inmisericorde.
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En cambio el camarada chií Samad siempre parecía recién afeitado; era peluquero de señoras y hablaba con un tono levemente afeminado.
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Se sentó frente a nosotros mientras el camarero se afanaba en su tarea, como un peluquero de señoras en una cabeza real.
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El peluquero de señoras empingorotadas tiene que ser francés o italiano, hablar con un ligero acento foráneo y estar dotado de cierto atractivo varonil.
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¿Qué se pensaban que era él, un maldito peluquero de señoras?
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¿Qué coño tendrá que ver un tipejo así con un peluquero de señoras?
