De nuevo recurrió Lázaro a su ingenio, tanaguzado por el hambre.
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Algunos trollocs tienen el oído tanaguzado como los perros, o incluso más.
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Mi ingenio debe estar tanaguzado como sea posible.
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Su sentido del tacto estaba tanaguzado que le dañaban las luces y el ruido.
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En la otra mano llevaba un pincho de un palmo de largo, curvado, tanaguzado como una daga.
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Tenía el instinto destructivo tanaguzado que habría seguido mordiéndolo hasta llegar al pavimento, pero entonces recuperó la razón.
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La hoja era brillante y tenía forma de media luna, el filo estaba tanaguzado que parecía casi transparente.
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Has de saber que hay otros a la escucha, codiciosos, ya que no con el oído tanaguzado como yo.
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Solía atravesárselo con un pasador de bronce, un alfiler tanaguzado como un estilete que le servía también de arma.
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Aquellos danzantes cuyo instinto de supervivencia no era tanaguzado, hombres y mujeres por igual, lo observaban sin ocultar su deseo.
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Su rostro era tanaguzado como un destral y tenía la piel amarilla, reseca y marchita como una hoja de otoño.
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Mechones de cabello corto y oscuro le rodeaban la calva, y su cabeza formaba un cono tanaguzado que parecía puntiaguda.
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Pierce daba gracias a que en su forma humana su olfato no estuviera ni de lejos tanaguzado como cuando era un lobo.
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En esta ciudad de gentes que tenían tanaguzado el sentido del olfato como el de la vista, era mejor abandonar al lich.
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El zumbido volvió a intensificarse hasta convertirse en un siseo ya tanaguzado que me pareció que me salía sangre de los oídos.
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Ningún hombre corriente habría tenido el oído tanaguzado para escuchar los engranajes de las máquinas enormes que empezaban a girar en las profundidades.