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Sigue hablando Ariadna en su tribuna de la sala capitular del abadiado.
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En todo caso la veré en el museo del abadiado.
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Fatigado del esfuerzo ante la sala del abadiado me callo.
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En la sala del abadiado las sombras mantienen su gravedad.
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Al llegar aquí se oye en la sala del abadiado un rumor de multitud.
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La sala del abadiado llena de gente sigue en silencio y el presidente me pregunta:
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En la sala del abadiado hay un silencio grave.
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En el abadiado ocupo el mismo puesto que ayer.
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Hay en la sala del abadiado un silencio respetuoso.
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En la sala del abadiado se calla Ariadna, fatigada.
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El arzobispo de Santiago se levanta detrás de la mesa presidencial, en la sala del abadiado.
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En este momento vuelve a oírse en la sala del abadiado un revuelo de expectación y sorpresa.
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Pero estamos en el paraninfo del abadiado del Campo de Marte hablando a la asamblea de la OMECC.
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Ondas de atención van y vienen por la sala del abadiado como las corrientes ocultas del mar, con temperaturas diferentes.
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La sala del abadiado cruzada por dos rayos luminosos que entran por la vidriera de la izquierda parece más solemne.
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Al llegar a este punto de mi declaración en el abadiado el presidente de la OMECC golpea la mesa con el martillo y dice: