El papa Julio II miraba atónito al cardenalobispo recién nombrado, Giuliano Castagna.
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El Papa miró fijamente al cardenalobispo con una mezcla de asombro y enfado.
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El cardenalobispo se volvió hacia Clemens de'Fieschi y exclamó:
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El rostro del cardenalobispo Benedictus Secundus relucía débilmente a la luz de los humeantes candiles.
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En 1129, el cardenalobispo Benedictus Secundus envió al caballero Clemens de'Fieschi a Noruega a buscarlo.
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Finalmente, el papa Pascual envió un legado, Mauricio, cardenalobispo de Oporto, para informarse de la situación.
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Le indicó al cardenalobispo de mayor edad, un partidario suyo, que se levantara e iniciara el proceso.
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Era el cardenalobispo de Ostia.
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El cardenalobispo tendió al Papa un documento empalidecido con el acta de la reunión entre Julio II y Castagna.
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Por algún tiempo había sido provincial de su Orden en Francia, después arzobispo de Lyon y cardenalobispo de Ostia.
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Con mucho cuidado, pues al fin y al cabo sabía de la importancia del documento, el cardenalobispo lo cogió y lo desplegó.
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Fue elegido Cosimo Gentile de Migliorati, cardenalobispo de Bolonia, uno de los colaboradores de Bonifacio, que tomó el nombre de Inocencio VII.
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Ante la ira del Papa, el cardenalobispo empezó a juguetear nerviosamente con la gran cruz que llevaba colgada de la cadena de oro.
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Pues, naturalmente, el príncipe Luis de Rohan, cardenalobispo de Estrasburgo, gran capellán de Francia y, por encima de todo, bestia negra de María Antonieta.
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Mañana, antes del pronunciamiento de la sentencia en la catedral, el obispo de Concordia y el cardenalobispo de Ostia se personarán en vuestra casa.
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El Papa cogió el papiro enrollado con el sello roto, lo leyó negando con la cabeza y, al acabar, se lo devolvió al cardenalobispo.