El fruto secreto de mi carne tiene la forma del dátil maduro.

Al tacto era como un dátil maduro: blando pero firme, y húmedo.

Y su corazón se abre, como un dátil maduro, a todos los infinitos.

Una novedad es el dátil maduro, rosado, grande y delicioso.

Era bastante más alta que yo (me sacaba más de una cabeza), y su piel era del color de un dátil maduro.

Olía a carne cruda, pescado, verduras frescas, dátiles maduros y especias morunas.

Y les llevaron frutas secas, y confituras secas y dátiles maduros.

Pero pasó entre los dátiles maduros extrañamente indiferente a su azúcar.

Los abejones nos disputaban los dátiles maduros que algún tunante nos había regalado.

Bajo el blando arco de las palmas relucía el ámbar de los dátiles maduros.

También había algunos dátiles maduros, y los comieron como postre.

Y si sacudes la palmera, caerán sobre ti dátiles maduros.

Rabioso, Chenar aplastó entre sus dedos unos dátiles maduros.

Fueron sus ojos lo que observé... enormes ojos oscuros, del color de los dátiles maduros.

Sacude hacia ti el tronco de la palmera: te caerán dátiles maduros; come, bebe y tranquilízate.

Sabía a dátiles maduros y olía a canela.