Los perros se agrupaban miedosos y gruñían amenazadores cuando un par de ojos se acercaba más de la cuenta.

Parte de las maderas quedaron entre las poderosas mandíbulas del furioso animal, mientras sus congéneres gruñían amenazadores, dispuestos a abalanzarse contra Tarnal.

A sus pies yacían dos de sus perros, unos dogos enormes y babeantes que gruñían amenazadores cada vez que alguien se acercaba demasiado al rey.

Gruñían amenazadores, aparentemente indiferentes al cadáver decapitado del anciano, al que Yaroslav había derribado cuando ellos se habían mostrado incapaces de hacerlo.