Bajo aquel miserableatuendo hubiera sido muy difícil apreciar su talla y su figura.
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En seguida, Odiseo, sin cambiar su miserableatuendo, se acercó a la puerta del palacio.
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Entonces, ¿qué hace con este miserableatuendo?
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Curiosamente, los marineros acogieron al desconocido con ademanes de deferencia, gestos poco compatibles con su miserableatuendo.
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Para rematar el miserableatuendo, calzaba unas alpargatas de suela de esparto, tan feas, tan gastadas y polvorientas que Lacunza no podía mirarlas sin repulsión.