Incluso cuando te oíaperorar sobre Lahanna, yo adoraba a Slaol.
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Las damas le oíanperorar y se iban aproximando a él.
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Yo, que estaba de un humor excelente, le oíaperorar y le replicaba invariablemente:
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Sentado en mi banco le oíperorar por lo menos durante una hora y media.
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Por eso, a veces, cuando los oíaperorar a unos y a otros, me parecían iguales.
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Se hubiera quedado duro si me oyeperorar.
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-Lehe oídoperorar hasta por los codos -sonrióel sincero joven-.
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Contra estas opiniones yo oíperorar un día a don Julián Besteiro ante un grupo de jóvenes socialistas.
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Le oyesperorar y dices: "Pues tiene razón.
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Todavía se oíaperorar a Cliff.
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Pero cada vez que vuelves a decirlo en público me sorprendo tanto como si nunca te hubiera oídoperorar.
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¡Quién de nosotros no ha oídoperorar en ese tono!
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- Ysinembargo -observé -cuandoselo oyeperorar, uno creería que tiene razón.
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Cuando yo oigoperorar sobre asuntos del alma me suelen dar ganas de desnucarme totalmente; ¡tan ridículo me parece el uniforme ante semejantes consideraciones!