Peregil afirmaba las manos sobre la barra para evitar que le temblaran.

En contra de lo que esperaba, Peregil no se mostró especialmente impresionado.

Celestino Peregil colgó el auricular y se quedó mirando el teléfono, pensativo.

No era Peregil, sino su secretaria; y llamaba desde el despacho del Arenal.

Peregil, que encendía un pitillo, miró al indiano mientras se encogía de hombros:

Peregil miró los ojos inexpresivos del Potro y enarcó las cejas:

Según los informes de Peregil, la banda la formaban tres.

Peregil, en cambio, se removía inquieto y lanzaba de soslayo miradas nerviosas a Gavira.

Después le dio el vaso a Peregil, con una mirada que era una orden.

Ahora Peregil estaba blanco como los azulejos de la pared:

Unas ranas croaban entre los juncos de la orilla, y Peregil las escuchó, complacido.

Peregil tragó saliva con mucha dificultad y mucho ruido:

Sin duda era Peregil, que no había dado señales de vida en toda la mañana.

Peregil tragó saliva, confiando en que con aquella luz roja no se le notara mucho.

Como todos los hombres cuando desean ser tranquilizados, a Peregil se le veía más tranquilo.

Volvió a pasar cerca Peregil, mirándolos como al azar.