El segundo fue el Tiquismiquis, con su triste ratoncillo blanco.

Hasta hacía un par de años Smith había sido como un ratoncillo blanco llamado Janine Goldsmith.

Por la abertura del bolsillo del chico asomó un ratoncillo blanco que arrugaba el hociquito rosado.

Ahora sí que parecía un ratoncillo blanco.

Y finalmente un ratoncillo blanco, metódico e instruido, que nunca se avino a mi grosera desidia ni a mi larvada destemplanza.

Cuando Maigret y Mister Pyke se sentaron en la terraza, vieron a Monsieur Émile, con más aspecto de ratoncillo blanco que nunca.

El grupo, despedido, retrocedió, con grandes reverencias, mientras el pequeño ratoncillo blanco le sonreía y saludaba desde su pila de oro y sedas.

Y también la demostración final que hizo ante el profesor Zimbalist, cuando consiguió que un ratoncillo blanco viajase adelante y atrás en el Tiempo.

Me recuerda un poco al ratoncillo blanco que vi en casa de mi amigo Paul en París, con la cara pálida y los ojos rojos.

Para algunas son ratoncillos blancos o tortugas, para otras gatos o monos.

Sus ideas daban vueltas y más vueltas sobre sí mismas como ratoncillos blancos en un laberinto de laboratorio.

En unas jaulas a propósito guardaba ratoncillos blancos de esa raza genéticamente pura, tan útil a los biólogos.

Al oír esta clara explicación, Renana comenzó a cantar la canción de los tres ratoncillos blancos, y ciertamente con voz bastante alta.