Desconocía que existiera en mi cuerpo un lugar tan turbador, nunca besado.

Suspiré al darme cuenta de que no podía evitar aquel tema tan turbador.

El local seguía moviéndose, pero no de un modo tan turbador como antes.

Ahí estaba el placer, tan turbador e indiscutible como el perfume del verano.

Estevo jamás había sospechado que el mundo pudiera ser tan turbador.

Evidentemente, bastaba con una oreja, pero ¿qué habría oído ella que fuese tan turbador?

Ya no se parecía tanto a una víbora, ni su aspecto era tan turbador.

El pensamiento era tan turbador, que Clyde apenas pudo tragar su cena aquella noche.

Ver la redondez de sus brazos, los hoyuelos de sus mejillas, ¡era tan turbador!

Comprenderá usted que nada resulta tan turbador como un vuelco semejante de las propias ideas.

Era esta ausencia de un motivo inteligible lo que yo encontraba tan turbador en ellos.

Es casi tan turbador como cuando abandoné el apartestudio para iniciar el proceso del trasplante.

Era esta ausencia de motivación inteligible lo que me había parecido tan turbador en ellos.

Ella, inclinada hacia adelante, semejaba una sirena, una diosa pagana, algo tan turbador como exquisito.

Eso le parecía casi tan turbador como los árboles.

Todo lo que había pasado resultó en su momento tan turbador que ni siquiera lo asimilamos.