Al fijarse con mayor atención para amarar, distinguió algo que le inquietó.

Se veía obligado a volar sin descanso, pues no había donde amarar.

Alguien con ciertos conocimientos sobre hidroaviones lo consideraría un lugar ideal para amarar.

Encontré un lugar ideal para aterrizar o, mejor dicho, para amarar.

Así pues, aquello dejaba una sola posibilidad; no quería que le amara.

No amaré a los demás en función de sus aciertos o errores.

Quería que trabajaran juntos, se amaran juntos, vivieran juntos y discreparan juntos.

No por ello debe pensarse que no lo amara, a su Robinson.

Le bastaba con que la señora Clausen amara a su mano izquierda.

Nadie que amara a Lanzarote conocería las crueles circunstancias de su muerte.

No porque la amara o la deseara, sino porque necesitaba sus servicios.

Te amaré por siempre, dice parte del escrito que dejó el paciente.

Si Ansiau la amara de verdad, no le hubiese hecho semejante pregunta.

Y aquellas pequeñas carencias, aquella humanidad, hacían que lo amara aún más.

Cuanto más amara Albert una cosa, menos se sentía parte de ella.

Y no era posible encontrar a dos hermanos que se amaran más.