A sus cincuenta y cinco años, merodeaba sin complejos con sus antiparrasverdes.
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Acto seguido el anciano se ajustó sus antiparrasverdes.
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El anciano se ajustó al momento sus antiparrasverdes.
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Entornó los ojos y desenfundó discretamente las antiparrasverdes.
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Una vista de las llamadas delicadas obligaba al digno notario a llevar unas antiparrasverdes para preservar sus ojos, siempre enrojecidos.
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El hombre aquel de las antiparrasverdes había estado ya algunos días aquí, y unas veces la señora condesa, otras su tía, le recibían.
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Las antiparrasverdes estaban intactas, y la funda para las gafas que llevaba en la cadera izquierda había conseguido proteger las demás lentes de colores.
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Un par de anchas antiparrasverdes ocultaba sus ojos y cambiaba el aspecto verdadero de su fisonomía con ayuda del pañuelo amarrado sobre la cara.
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-¡JovenBonifacio, eres dichoso al mirar al mundo y a tu amante con semejantes antiparrasverdes!
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-¿ Yquiénpodría saberlo, con aquellas antiparrasverdes?...