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Sobre el suelo del foso, un gran charco de sangre comenzaba a apelmazar la arena en aquella rojiza amalgama.
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Primero había que apelmazar la arena para que quedase completamente lisa; lo intentaron con los pies descalzos, pero salía mejor con las manos.
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La bola del mundo en que iba, pie de ala, Ana Tabarini apelmazó la arena de la playa rojiza del pequeño lago.
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Luego le llevó algo más allá, hasta donde una gran cantidad de sangre se había secado al sol, apelmazando la arena en gruesos terrones oscuros.