Los restantes comunistas y komsomoles se armaban en el Comité del Partido.

En cuanto queríamos detenernos y bajarnos, la armaban en un momento.

Hasta ella llegaba el barullo que los soldados armaban en los cuartos vecinos.

Las palomas armaban en la mañana, al amanecer, un rumor de huracán con sus arrullos.

Trataba de entender los enredos que se armaban en ese grupo, quién se acostaba con quién.

Las armaban en unos cajones de madera.

Las carpas, las mesitas, los asados y las rondas se armaban en plazas, veredas y lugares impensados.

Eran unos aviones de reconocimiento teledirigidos, robustos y sigilosos, que se armaban en seis horas listos para volar.

Veía a la gente por partes, por detalles que no se juntaban ni se armaban en mi cabeza.

Dormir en una cama era mucho más placentero que en las tiendas improvisadas que armaban en los caminos.

Las parejas se armaban en un santiamén ahí delante mío y en la pista ya no cabía nadie más.

Aquella mañana el sol brillaba esplendoroso y los pájaros armaban en la copa de los árboles una algarabía ensordecedora.

A Paula no podía dejar de parecerle divertido los malos entendidos y entramados que se armaban en el programa.

Allí aprendió a jugar al billar, al fútbol, en los partidos que se armaban en la puerta del bar.

Yo miraba los relajos que se armaban en las marchas y siempre salía de metido a ver qué putas pasaba.

Tierra adentro, veinte millones de hombres y mujeres se instruían y armaban en aquel singular esfuerzo de la nación por sobrevivir.