Por un instante los cables del trolebús ante el cielo extendido giraron hacia una ciudad periférica en el Japón.

Los cables del trolebús parecían anudados como una red de acero que ya no se movería hasta el alba.

En aquel estado de duermevela oía el silbido de los cables del trolebús cuando alguno se acercaba a la parada.

Al atardecer, el golpeteo de los cables del trolebús silbaba como un látigo por las vacías plazas de la ciudad.

Cuando se rozaban entre sí los cables del trolebús allá en el bosque, se producía un estrépito y crujido como en un gran incendio.