Winnie se puso a volver piedras, buscando caracolas de mar blancas.

En los suelos, unos hexágonos de color verde claro, en suave relieve, representaban caracolas de mar.

Entro a las casas de sus tías con balaustradas a la francesa, espejos y caracolas de mar.

Sus oídos resonaban como caracolas de mar.

Está posando con unas caracolas de mar de diferentes tamaños y tiene una en la mano, una más especial.

Cada vez recordaba menos a la mujer de la playa, la mujer serena y digna que numeraba lunas y seleccionaba caracolas de mar.

A una mujer le dio caracolas de mar y le enseñó a colocarlas sobre el cuerpo, con las espirales apuntando hacia el interior.

El ruido dentro de su cabeza fue creciendo y tuvo la impresión de que le apretaban en las orejas con dos caracolas de mar.

Contempló las conchas pegadas a los muros, y en los ángulos, sobre pequeñas repisas, las caracolas de mar, que tanto le gustaban de niño.

Había cogido una de sus caracolas y estaba escuchando la voz interior, esa voz que susurran las caracolas de mar a los que saben escucharlas.

Flores, caracolas de mar, el rostro de los ácaros, cócleas de ballena, sermones, las normas que rigen los géneros cinematográficos, los viajes...

-Coleccionacaracolas de mar y billetes de metro.

-Jamásse deben poner caracolas de mar en las casas con mujeres solteras porque se quedan sin casar -siguióAnne.

-Soncomo espirales, como caracolas de mar -empezóa explicarme como si tuviera que alargar el tiempo y las palabras-.