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Se me crispan los puños, mientras Chartreux se adentra en un bar moderno.
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Apareció empalado el otro día en la Rué des Chartreux.
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Ha atracao una tienda de sonido en Les Chartreux.
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Se asombraron ante Le Chartreux, pero aquello fue solo una muestra de lo que les esperaba.
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Me había topado con Chartreux por la mayor de las casualidades, le había dado una paliza.
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Quedó paseando pegado a la acera por la zona más oscura de la Rué des Chartreux.
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Cinco minutos más tarde, la berlina se detenía ante los Chartreux, en plena calle Enfer, casi desierta.
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Patrick Chartreux, dientes rotos bajo una nariz destrozada, tan solo representaba la parte visible de mi icerberg interior.
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Se me ocurrió aquello el día antes, al cruzarme en la calle Chartreux con un grupo de pintores principiantes.
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Delante, el hombre, Chartreux, se llama Patrick Chartreux, se apoya en una piedra antigua y saca el teléfono móvil.
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Por su parte, exigió que regresara a la central, donde me esperaban dos tipos para hablar del caso Patrick Chartreux.
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El Frank Sharko que conocía nunca le habría dado una somanta de palos a alguien, como hiciste con Patrick Chartreux.
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¿Se acordará de nuestros paseos monótonos por la calle de la Catedral y la calle Chartreux?
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El rostro de Chartreux se me aparece una última vez, con una burbuja de sangre entre los labios...
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¡Patrick Chartreux te ha reconocido!
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Los obreros deciden consagrarle un monumento en el cementerio de Chartreux, donde es enterrada el 16 de noviembre de 1844.