A lo lejos se veía un cielo aborregado de color caballa muerta.

Su claridad inundaba el firmamento pintando de plata cada nubecilla del cielo aborregado.

Desde el cielo aborregado una Mano del Paraíso apuntaba hacia él con gran precisión.

La luz cenagosa del cielo aborregado se filtraba por las ramas de los árboles.

Anduvieron a lo largo del río en el crepúsculo creciente, bajo un espléndido cielo aborregado.

Es un cielo aborregado, dice la caja de traducción.

Solo unos cuantos charcos reflejaban el cielo aborregado.

Hacia la una menos cuarto, la luna nueva y el cielo aborregado daban un aspecto fantasmagórico al río.

Ya caían en espiral serpentinas de diminutas esquirlas de un cielo aborregado que no parecía capaz de producir nieve.

Era un cielo aborregado, realmente llamativo y extraordinario (¡no un plato de borrego, sino todo un universo aborregado!).

Pero ahora eran más altas y pequeñas y al final se instalaron en un cielo aborregado como una playa en bajamar.

Por encima de la batalla esperaba aquel cielo aborregado, observante, como si calculara el momento justo para intervenir con sus propias armas.

En el cielo aborregado ya no quedan más que un cormorán solitario que nos observa de lejos y una estela quejumbrosa de gaviotas.

Las ramas se sacudieron al perder su peso y los pájaros trazaron círculos en el rojizo cielo aborregado, donde formaron un semáforo tosco.

Luego, dejó caer su silla y, dando media vuelta, se precipitó por la puerta hacia el suave claro de luna que atravesaba un cielo aborregado.

Una tarde de cielo aborregado volvíamos la señora Monnerie, Susan y yo por el Parque, de una "recepción" "para conocer a la señorita M".