Esas cosas no las había aprendido en las clases que me daba mi padre.

Y cuantos más latigazos le daba mi padre, peor era.

Todavía recuerdo los que me daba mi padre, el Sulfatalidín®, que sabía a rayos.

Qué miedo me daba mi padre, pensó Mayol, continuando inmóvil.

El miedo que me daba aquel sacerdote era bien distinto del que me daba mi padre.

También fue la edad en que empecé a cuestionarme el trato que me daba mi padre.

Todo lo que quería me lo daba mi padre, aunque no era mucho lo que quería.

Me senté contemplando el suelo y comencé a comprender la lección que me daba mi padre rico.

O "cosas raras", que era el nombre genérico que daba mi padre a todo el lote.

Con el dinero ahorrado de la absurda paga que me daba mi padre aún no comprendo por qué motivo.

Estaba lleno de melodías suaves que acallaban los golpes que daba mi padre en el taller de la planta baja.

Me siento desequilibrada, como si estuviera cayendo en un agujero por la falta del soporte que me daba mi padre.

Me acordaba de los resoplidos que con cara de cansancio daba mi padre todas las noches al volver del periódico.

Nadie había vuelto a darme un pañuelo para secarme las lágrimas desde que era pequeña y me lo daba mi padre.

No la clase de respuestas que me daba mi padre, bien meditadas, en las que ponía los conocimientos de toda una vida.

No fui yo, yo no lo sabía, me limité a beber lo que me daba mi padre...