Se sacó del bolsillo un dinar de oro y se lo entregó.

Fátima sacó un dinar de oro de su pecho y se lo dio.

Le di un cuarto de dinar de oro, lo cogió y se fue.

Pidió a su vekil un dinar de oro y se lo dio a Kurban.

Por eso se arrepintió de haberle dado un dinar de oro en vez de una moneda de sesenta céntimos.

No era dueño de nada, a excepción de ese dinar de oro que el capitán le había dado ahora.

No poseo ni una moneda blanca, ni una roja, ni un dinar de oro, ni un dracma de plata.

Hasta los pobres hicieron negocio: diez sacos de trigo o cebada por un dinar de oro, cinco bueyes por diez.

Secó su rostro con los faldones de su pelliza de cebellina y arrojó hacia el trovador un dinar de oro.

También, meses atrás Gadafi había exhortado a los países africanos y musulmanes a adoptar una moneda única: el dinar de oro.

El control árabe del comercio del oro hizo que el dinar de oro se convirtiera en la moneda de cambio del Mediterráneo.

Y no sabía la pobre que debajo de la medida había quedado pegado un dinar de oro al sebo de la perfidia.

Dos bolsas, que estallaban con el peso de tanto dinar de oro, se ocultaban cada una en el doble fondo de los arcones.

Estaba alerta, no había olvidado los ojos con que la mujer había seguido el dinar de oro que el capitán le había arrojado.

De todas formas, aquellos dirhams serían bien recibidos en la casa y además aún conservaba contra su mejilla el dinar de oro del karezmsha.

Regatead un dinar de oro, un dirham de plata a vuestro hermano, a vuestro propio padre, y pronto conoceréis el valor de la parentela.