Subiré a mi habitación para empapar la almohada de lágrimas.

Aquella noche había llorado hasta empapar la almohada.

Lloró en silencio, hasta empapar la almohada.

Por la noche lloraba, a solas, en su alcoba, hasta empapar la almohada y se juraba no volver a intervenir en el asunto.

No hacía más que dar vueltas en la cama, empapar la almohada de sudor frío y enredarse las piernas y los brazos en las sábanas.

Dex me rodea con sus brazos mientras mis lágrimas empapan la almohada.

Me desplomé en el lecho y empapé la almohada con ardientes lágrimas.

Dejé que las lágrimas fluyeran de mis párpados apretados, empapando la almohada.

El niño estaba muerto, la sangre empapaba la almohada bajo su cabeza.

Y las lágrimas rodaban de verdad y le empapaban la almohada.

Unas lágrimas calientes me humedecieron las mejillas y empaparon la almohada.

Las lágrimas resbalaban por mi mejilla, sobrepasaban mis orejas y empapaban la almohada.

Gruesas gotas de sudor descendían por sus sienes, empapando la almohada.

Había llorado tanto que había empapado la almohada de su celda.

Había empapado la almohada y tenía la cara mojada por su propia saliva.

Anastasia yacía boca abajo sin percatarse de las lágrimas que empapaban la almohada.