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Aquí, todavía en 1829, dos extrañas esfinges de piedra custodiaban la entrada.
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Recuerdo las enormes avenidas flanqueadas por esfinges de piedra y obeliscos.
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Habíamos caído entre dos esfinges de piedra instaladas sobre pedestales.
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En el centro la esperaban dos esfinges de piedra.
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Un par de esfinges de piedra flanqueaban la entrada.
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Estas esfinges de piedra son, pues, educadoras, iniciadoras primordiales.
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Había, a la entrada, dos esfinges de piedra blanca.
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Ante nosotros se extendía una gran avenida, flanqueada de esfinges de piedra y de construcciones majestuosas.
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Seis esfinges de piedra blanca, enfrentadas por parejas.
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Por razones olvidadas hace ya muchos años, en las puertas del Mallory hay dos pequeñas esfinges de piedra.
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Un camino señalado por hileras de esfinges de piedra llevaba al río, donde había barcos de vela amarrados.
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Las esfinges de piedra blanca no mostraban en cambio sombra de mácula, como si alguien las limpiase a menudo.
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Una de las esfinges de piedra estaba en el suelo, de lado; con un rotulador habían pintarrajeado nombres, iniciales, dibujos obscenos.
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Acurrucados junto a aquella pared que les encubría de cualquier mirada, Min y Nemenhat permanecieron cual si fueran esfinges de piedra; inmóviles y silenciosos.
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Se había levantado una brisa fresca, y los últimos rayos de sol alumbraban las esfinges de piedra rosa y parecían darles una extraña vida propia.
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Avanzaron a la par por la senda real, flanqueada por hileras de esfinges de piedra; con sus marciales armaduras y arreos, eran dos figuras heroicas.
