Para mayor perplejidad del efebo, aquel gafudo tenía hechuras de atleta clásico.

Pero en mis tiempos, ningún gamberro se hubiera metido con un gafudo.

Gustavo, con gran cuidado, lo colocó mejor; pero el señor gafudo seguía diciendo:

El inquieto y gafudo Denver D. Doll estrechaba manos sin parar y decía:

Me gusta esta mujer, se entusiasma el gafudo Otto Wing.

Reincidió, aquel día de Navidad, en honor de un apuesto gafudo llamado Álvaro Montalbán.

Imaginaba que era un tipo corpulento y barbudo, y se habría visto como un gafudo endeble.

Sí, más bien un leproso, no un gafudo.

Le resultó difícil arrastrar al gafudo a través de la abertura en la cerca, pero finalmente lo lograron.

El gafudo maestro del juego de radio de Strómelburg reconoció al instante la voz del que le llamaba.

El gafudo asentía con la cabeza.

El gafudo gimió muy quedo, levantó la cabeza y, de repente, comenzó a jadear, como si lo persiguieran.

Él nos presentó al gafudo.

Aquella ciudad, aquellas luces, que verían sus pasos guiados por un atlético gafudo llamado, en sus sueños, Álvaro Montalbán.

Estaba gordo y medio calvo, era además gafudo, y, como si esto fuera poco, muy tímido con las mujeres.

Era gafudo, muy tímido, solitario, con una enmarañada mata de cabellos negrísimos, un cuerpo decididamente pesado, los pies torcidos.