Guerreaban en grupos, eran ágiles e impetuosos tanto en el ataque como en la huida y era proverbial su ferocidad destripando sarracenos.

Los universitarios se disfrazaban a veces de Russell en Halloween, con las manos salpicadas de kétchup que habían gorreado en el comedor.

Por cuanto sabía, el malnacido ni siquiera pasaría la noche en casa, había ligado con una chavala y estaba gorreando en su casa.

La única ayuda de que disponía para orientarse consistía en un maltrecho mapa de las carreteras del estado, que había gorreado en una gasolinera.