Una hilera de chopos se prolongaba en cada extremo del puente.

Separados por una hilera de chopos que rezumaban un finísimo rocío.

Pasando junto a la hilera de chopos, atravesando el torrente lleno de piedras blancas y redondas.

A la derecha, una hilera de chopos bordeaba el canalillo y se apartaba tierra adentro con él.

Por allí pasaba un sendero bordeado a un costado por una tupida hilera de chopos: un estrecho mirador.

Por fin, detrás de una hilera de chopos, vimos alzarse un hilo de humo que el viento deshacía.

Miró la hilera de chopos que bordeaban el camino de Quismondo, inmóviles en el aire espeso del mediodía.

Más allá de la hilera de chopos, en la carretera de Quismondo, se divisaba un tropel de gente.

Vio la hilera de chopos, la planicie zurcida de geométricas y desiguales piezas de color ocre, amarillo, pardo.

Río abajo, visible desde el puente, había una hilera de chopos cuyas copas resplandecientes ondeaban en la última luz.

Más allá de la hilera de chopos, en la carretera de Quismondo, se veía llegar a un tropel de gente.

Había una hilera de chopos lombardos frente a la casa de mi tía abuela Gertrude, a orillas del río Sheepscot.

En los prados que había más allá de nuestro pueblo se levantaba una larga hilera de chopos, cerca de un torrente.

En la carretera de Quismondo, más allá de la hilera de chopos, se vislumbraba el movimiento confuso de un tropel de gente.

Señaló a la mujer dos puntos diminutos que estaban a punto de desaparecer tras una hilera de chopos, que discurría en paralelo al camino.

Contempló la extensión de césped que llegaba hasta el lago, la hilera de chopos podados que cercaba el jardín y las escaleras que descendían.