A sus casi cincuenta años, tenía la apariencia de un hombre bonachón.

Era un hombre bonachón y cariñoso, aunque firme en sus convicciones.

El párroco, un hombre bonachón entrado en carnes sonrió y extendió la mano.

Incluso el hombre bonachón parecía pensar que la pregunta del dandi exigía una respuesta.

Jean Recordain era un hombre bonachón que satisfacía a su mujer obedeciéndola en todo.

Le pareció siempre un hombre bonachón y nunca se había mostrado violento con ella.

En la fotografía aparecía un hombre bonachón, de cabellos rubios y grandes bigotes alargados.

Parecía un hombre bonachón sin otro pecado que la glotonería.

Erna interpretaba a la esposa incomprendida de un hombre bonachón y estrecho de miras.

Era un hombre bonachón, incluso de corazón blando.

Tenía un aire cardenalicio, de hombre bonachón y serio en todos los órdenes de su vida.

Su boca adoptó la sonrisa de hombre bonachón.

En conjunto, no daba la impresión de ser un hombre bonachón y su humor parecía comprensiblemente sombrío.

Su padre, hombre bonachón y despavorido, desbordado por la energía de su mujer, admiraba a su hijo.

Esta acción contrastaba profundamente con la imagen del hombre bonachón, mesurado y de gran ánimo que yo conocía.

A juzgar por su constitución, parecía un hombre bonachón aficionado a la cerveza y a las comidas copiosas.