Luego intenté contestar algún correo electrónico pero sin ningún entusiasmo.

Mientras la esperábamos, intenté contestar lo mejor que pude a algunas de las preguntas.

Por eso, con mi respuesta, intenté contestar ambas preguntas.

Cerré los ojos e intenté contestar con serenidad.

Después intenté contestar al teléfono yo misma.

En la quietud subsiguiente, intenté contestar.

Intenté contestar, pero no encontraba las palabras, como si las hubiera perdido.

Intenté contestar, pero se me quebró la voz y cerré los ojos.

Intenté contestar, pero fui incapaz de hablar, porque no podía parar de hiperventilar.

Intenté contestar algo divertido, quizás coquetear un poco, quizás con algo de sarcasmo.

Intenté contestar con frialdad, pero me salió un tono simplemente circunstancial.

Intenté contestar, pero no pude; la liebre seguía escarbando más profundamente en mis huesos.

Intenté contestar que no, pero fui incapaz de decir nada.

Intenté contestar con una réplica ingeniosa, pero mi lucidez habitual parecía fuera de juego.

Intenté contestar a Lea pero no me salió la voz.

Intenté contestar, pero apenas conseguí emitir un sonido ronco.