Ambos hombres se miran en la tenue luz del pabilo: los ojos brillan.

Sus ojos grandes, habituados a la oscuridad, parpadearon cuando la luz del pabilo los iluminó.

Más tarde, con más calma, a la luz del pabilo, admiré el rostro de mi esposo.

Perdido en el mar como el cuerpo de Guma, que los hombres buscan con la luz del pabilo.

Lo sorprendió ver la luz del pabilo que se filtraba entre los resquicios de las gruesas cortinas de percal negro.