Y de un tirón arranco la daga de la mano de maia.

Y ahora, Maia, me temo que debemos pasar a temas más serios.

Sin embargo, durante unos instantes Maia experimentó una vaga pero persistente seguridad.

Concentrándose, Maia tuvo que imaginar el significado de varias letras y palabras.

Pasado el tiempo, la situación no cambiaba, Maia continuaba triste y desanimada.

Maia era lista, y hacía prevalecer sus intereses incluso con cierta brutalidad.

Maia tenía una idea muy clara de lo que era el placer.

Aquella idea producía a Maia una sensación de libertad inenarrable, que envidiaba.

Incluso teniendo las pruebas a su alrededor, Maia tenía problemas para entenderlo.

Era, como había dicho Maia, un don nadie en cuanto a familia.

Al esquivarlo, Maia no tuvo oportunidad de mencionar qué más había visto.

No exactamente ansioso, sino muy frío, considerando sus anteriores confesiones a Maia.

Maia se había quedado sin aire tras la marcha de su cuñado.

Maia continuaba con la vista clavada en el tablero de la mesa.

Afonso da Maia, enojado, remitió la carta a Vilaça sin ningún comentario.

Tampoco, por mucho que lo intentara, podía Maia apartar todas sus preocupaciones.