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Acaba de visitarme mi meteorologista y me ha dicho que me amenaza un temporal.
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La expresión de espanto del meteorologista chocó a Shaw.
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El de Lorenz era uno de ellos, aunque transcurrirían años antes de que Smale oyese hablar del meteorologista.
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Supóngase que cada sensor proporciona informes perfectos sobre la temperatura, presión, humedad y restantes pormenores que reclama un meteorologista.
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Un meteorologista habría vacilado mucho antes de decir qué fenómeno producía la soberbia iluminación que decoraba aquella última noche del año.
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Tales previsiones eran menos que una ciencia para los meteorologistas sesudos.
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Podía suceder, pero esta vez no lo hubiere esperado el más confiado de los meteorologistas.
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Los demás meteorologistas, en compañía de los estudiantes graduados, apostaban sobre lo que haría el tiempo de Lorenz.
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De la misma suerte que los meteorologistas desdeñaban los pronósticos, casi todos los científicos serios desconfiaban, por aquellas calendas, de los ordenadores.
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Las matemáticas oportunas se debieron no a los meteorologistas, sino a los físicos teóricos, y también a los metalurgistas, interesados en la cuestión.