Los predicadorescallejeros repetían en una algarabía los centenares de nombres sagrados.
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Hasta los predicadorescallejeros bajaban un poco el volumen cuando ellos pasaban.
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Deberías escuchar a sus predicadorescallejeros o leer la prensa amarilla.
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No me digas que ahora te dedicas a escuchar a los predicadorescallejeros.
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Sam ya me había hablado acerca de su guerra particular con los predicadorescallejeros.
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Los predicadorescallejeros hablaban de muerte y destrucción universal.
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Mi propia opinión sobre los predicadorescallejeros que venían de los arrabales era... ¿y por qué no?
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Los predicadorescallejeros habían desaparecido y solo unas cuantas figuras encapuchadas iban y venían con sus eternas misiones.
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Hasta los predicadorescallejeros habían desistido de difundir la Palabra y se afanaban en tomar apuestas de los curiosos.
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El aire estaba lleno del clamor de los predicadorescallejeros, que difundían la Palabra a todo el que quisiera escucharla.
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Había vendedores y pedigüeños, había predicadorescallejeros que arengaban frenéticos a un mundo condenado con un vigor que los cuerdos desconocían.
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Mientras hubiera Luteros, Calvinos, lansquenetes luteranos y predicadorescallejeros anabaptistas, su santidad de Roma amaría a los defensores de la Iglesia.
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Los predicadorescallejeros empezaron con sus autoflagelaciones y prédicas apocalípticas, aunque parecían algo decepcionados: ¿Dónde estaban las trompetas y los ángeles?
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Los predicadorescallejeros seguían pronunciando encendidas soflamas y lanzándose llamaradas los unos a los otros, pero nadie les prestaba demasiada atención, salvo los turistas.
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A través de la imagen de los edificios también se cuenta una historia social y económica: fábricas, barrios obreros, predicadorescallejeros, autos desmantelados, edificios monumentales.
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Escucha las palabras de los predicadorescallejeros y visita un par de castillos, aunque no creemos que la nobleza guarde alguna relación con el asunto.